viernes, septiembre 15, 2006

Fue uno de esos momentos. Dos horas apenas, pero cargadas de cosas. Es la receptividad, la alegría de un día de sol que permite percibirlo todo distinto. Incluso el microcentro.
Hace meses ya que me manejo sobre todo por mi barrio: todo está condensado en estas cuadras (casa-trabajo-facultad). Salir sí, pero siempre de noche.
Hoy, sin embargo, pude unir dos to do en el microcentro: copiar los libros de alemán y devolverlos y, según me comisionó mi papá, comprarle a madre bombones.
Entonces de Malabia a Florida. Bajar y en la puerta: Quetal! soluciones gráficas, un local inmenso. Fotocopias y anillado. De ahí a Corso (la bombonería más quedada en el tiempo del mundo. Quién necesita otra cosa?). Dos latas de medio kilo. $76. Una locura? Yo con el mambo de Bataille y la noción de gasto. La tienda, atendida por la impretérrita señora con rodete y joroba en aumento, tiene, claro, el olor de la delicia. Me convida un bombón y el perro subrepticio, un Pittbull, se divierte con el lazo de mi sweater. Por un momento me dio miedo pues no me soltó hasta que ella le ofreció a él un bombón también.
De ahí a la callejuela Carabelas. A dejar los libros a mi compañera de alemán. Previo, y como era mediodía, una porción de pizza en Las Cuartetas.
Afuera, el sol. Buenos Aires es mucho más linda con sol.
A la callejuela Carabelas, a dejar los libros a mi compañera de alemán.
Pero bajo, al subte. En estos momentos el subte llega siempre cuando bajo. Me acomodo. Le hago lugar a un señor. Me agradece. Leo El Extranjero. Lo disfruto. Busco un lápiz en mi bolso y me atrapa la atención un niño en guardapolvo. Tiene 7-8 años. La mochila que carga es casi tan grande como él. Se sienta y saca de esa enorme cosa su carpeta de dibujo. Mira sus dibujos y se sonríe. Un vendedor ambulante: justo lo que necesitaba! Un estuche porta cd. Se lo quiero llevar a mi papá pues ahora, copiadora mediante, tiene varios cds sin caja. Igual sigue teniendo más originales. Compro. Recuerdo que a la ida compré también una Guía T de bolsillo. 7mo año en Buenos Aires y la compro hoy. Cosas.
Bajo. Busco mis fresias del día y subo a casa. Acá estoy.

6 comentarios:

jorgehue dijo...

Afortunadamente, los viajes continúan; aunque fuera unas dos horas en el centro de la ciudad soleada.
Los viajes son eso en que, precisamente, cada pequeñez nos asombra. Me asombró, viajando por tu viaje (a un año de otro viaje) la señora (¿o señorita?) de Corso, con su rodete y su joroba.
Hace rato que quiero escribirte, pero los tiempos parece que se han hecho más breves; y las palabras, a veces, más pueriles.
Elijo, entonces, disfrutar de tu blog. Y por momentos imaginar esa lectura de "El extranjero", ese relato desesperado de quien eligió la música de lo que todavía no tiene nombre -lo innombrable.
"El extranjero", que está en mi biblioteca dispersa justo detrás de una tarjeta colorida, sobre negro, que habla de "este viaje hacia quién sabe qué nuevos (otros) caminos", entre las texturas transoceánicas de Berlín y otros suburbios centrales (y firma: Caro).
En otro blog hubiese hecho la lista del "extranjero" cultural, a fuerza de memorias (rindiendo culto a Mnemósine, pendiendo en tenue equilibrio entre Gea y Urano; la tierra y el cielo, que son nada más que sus padres). Una lista que más o menos hubiese hecho memoria de aquello que no tenía ni era de plástico, y otras cotidianidades de mi infancia ya lejana:
- el azúcar (que la pesaban en bolsitas de papel madera)
- la yerba (que a veces venía en cilindros de madera)
- el arroz (suelto o en caja de cartón: exquisito)
- la harina de maíz (también en papel de estraza)
- el dulce de leche (había que llevar un frasco al almacén)
- la leche (pasaba el lechero con su carro por la puerta de casa)
- las galletitas (que venían sueltas y eran exquisitas: las Delia, las Colegiales, las Floris, las primeras Coquitas, los Polvorones...)
- el gofio (que ya no se vende)
- las lapiceras Schaeffer (creo que se escribe así; con carga de tinta)
- el televisor (con caja de madera y una perilla para cambiar los cuatro o cinco canales)
Pero además estaban:
- el pavero (que con una varita ordenaba a los pavos que llevaba por la vereda)
- el lechero
- el pescador (todavía pasaba por mi casa de Villa Elisa)
- el papero (a veces, el verdulero)
- un poco antes: el carbonero y el hielero...
- el trolley-bus y el tranvía
Uno suele asociar un extrajero con el territorio ajeno al que echa raíces. Pero también hay una extranjería temporal.
No deja de asombrarme que el microcentro (y los microcentros que creamos en cada periferia) está poblado de celulares, acaso para que el tiempo no llegue a pesar insoportablemente. El tiempo se ha hecho breve e impertinente. Ya no tiene esa languidez que recuerdo en mi infancia, cuando el único teléfono estaba a 25 cuadras de mi casa, o cuando había que esperar hasta dos horas para que en la Unión Telefónica te comunicaran con Buenos Aires. Y parecía inncesario hablar por hablar. Parecía más justa la proximidad que la proxemia.
No soy de los que añoran el pasado: creo que lo sabés. Sólo me ocurre que me cansa el anudamiento entre el tiempo y el "ser alguien", que ya es viejo... como yo, que en eso me percibo extranjero (aunque a veces esté condenado a caer en sus maquinaria y sus fantasmas).

c. dijo...

Jorge, gracias! (un comment más lindo e interesante que el post, otra vez).
Yo podría decir que es una pavada, en mi vida, "añorar lo que nunca jamás sucedió": no viví el paso de paperos, lecheros ni nada.
Nací con los supermercados ya allí. Pero sí, puedo imaginarme y desear el retorno de - a un mundo menos plástico, menos contaminado, menos trash y quizás un poco menos confortable.

Anónimo dijo...

Es que el confort, Caro, en cierto punto al menos, no es sino una ilusión vacía. Cuando no una condena, de la cual uno ya no es capaz de tomar conciencia. A mí me hace recordar a tu también amado Cortázar, cuando declara no comprender a su tía, a esa tía que le espanta tanto dormir de espaldas. Cuando él encuentra que la posición de estar acostado de espaldas, con las manos cruzadas sobre el pecho, ese pecho relajado, al punto de no percibirse ya su respiración, es la más cómoda de todas, la más confortable sin duda... Y sin embargo.

Realmente meritorio lo de tu amigo Jorge. Felicitaciones. Es así como dicen, nomás, Dios los cría...

c. dijo...

está buena esa posición para el primer sueño...

Anónimo dijo...

Claro, pero Julio (o su tía...) no hablaban del primero, sino del último...

c. dijo...

el primer sueño ... de esta vida.
(me acabo de pedir un estudio kármico: ¡imagináte!)