Caro, recién ahora me avivo de que coincidimos en dos cartas: el emperador en el futuro; y la fuerza, a vos en el pasado, a mí en el presente... ¡qué sintonía!
El Oráculo de Delfos, que sin duda de tarot también algo sabría, jamás se equivocaba en sus predicciones. Y no porque pudiese adivinar el futuro, tan oscuro para él como para nosotros, los mortales, tarotistas incluidos, sino porque sabía manejar adecuadamente las interpretaciones. Ante cualquier consulta, su respuesta siempre era lo suficientemente ambigua. Igual que la lectura, siempre múltiple, siempre divergente, siempre borrosa, de cuatro cartas, una bola de cristal, una borra de café, las señales divinas. En casos de divergencia entre lo predicho y lo finalmente sucedido, el oráculo se limitaba a mostrar cuál era la correcta interpretación de sus palabras. Vale decir, cuál era la interpretación que -según él ahora declaraba- se debía haber dado a las mismas, de no haber mediado la torpeza de los hombres, que todo creen saberlo y en verdad nada saben.
Por supuesto, esta interpretación del oráculo era real y siempre efectiva, pero solamente luego, una vez la luz de aquello sobre lo cual la predicción versaba, cuando los hechos en cuestión todavía no eran tales.
Luego, por supuesto, tenemos otros aspectos del tema, cuestiones tales como la fe ciega, que mueve montañas, también conocida como predicción autocumplida. Y quizás también el destino, quién se atreverá a negarlo, que del mismo tan poco sabemos, ni siquiera hasta qué punto podremos modificarlo o no a través de nuestras actitudes y libre albedrío, para el caso de que sea cierto que de tal divino presente podamos disponer.
Si el destino existe, inconmovible, al margen de nuestras acciones, lo cierto es que no vale la pena esforzarnos para. Salvo que, por supuesto, los dichos esfuerzos estén escritos, también ellos, de antemano en nuestro destino. En cuyo caso de poco valdrá la pena amargarnos. Aunque, claro está, es también probable que dicha amargura, etcétera.
¿Y a cuento de qué viene toda esta diatriba, Caro? No me extraña que me lo preguntes. Puesto que también esa pregunta estaba prevista, quizás, de antemano. Y estas mismas palabras que escribo, sin ir más lejos: tal vez no las escriba yo, sino que me veo obligado a escribirlas, pues ya estaba escrito de antemano que así sería. Es el oráculo quien me dicta lo que debo hacer. Yo, simplemente, consciente como soy de que no debo, simplemente no logro resistirme.
5 comentarios:
Caro, recién ahora me avivo de que coincidimos en dos cartas: el emperador en el futuro; y la fuerza, a vos en el pasado, a mí en el presente... ¡qué sintonía!
El Oráculo de Delfos, que sin duda de tarot también algo sabría, jamás se equivocaba en sus predicciones. Y no porque pudiese adivinar el futuro, tan oscuro para él como para nosotros, los mortales, tarotistas incluidos, sino porque sabía manejar adecuadamente las interpretaciones. Ante cualquier consulta, su respuesta siempre era lo suficientemente ambigua. Igual que la lectura, siempre múltiple, siempre divergente, siempre borrosa, de cuatro cartas, una bola de cristal, una borra de café, las señales divinas. En casos de divergencia entre lo predicho y lo finalmente sucedido, el oráculo se limitaba a mostrar cuál era la correcta interpretación de sus palabras. Vale decir, cuál era la interpretación que -según él ahora declaraba- se debía haber dado a las mismas, de no haber mediado la torpeza de los hombres, que todo creen saberlo y en verdad nada saben.
Por supuesto, esta interpretación del oráculo era real y siempre efectiva, pero solamente luego, una vez la luz de aquello sobre lo cual la predicción versaba, cuando los hechos en cuestión todavía no eran tales.
Luego, por supuesto, tenemos otros aspectos del tema, cuestiones tales como la fe ciega, que mueve montañas, también conocida como predicción autocumplida. Y quizás también el destino, quién se atreverá a negarlo, que del mismo tan poco sabemos, ni siquiera hasta qué punto podremos modificarlo o no a través de nuestras actitudes y libre albedrío, para el caso de que sea cierto que de tal divino presente podamos disponer.
Si el destino existe, inconmovible, al margen de nuestras acciones, lo cierto es que no vale la pena esforzarnos para. Salvo que, por supuesto, los dichos esfuerzos estén escritos, también ellos, de antemano en nuestro destino. En cuyo caso de poco valdrá la pena amargarnos. Aunque, claro está, es también probable que dicha amargura, etcétera.
¿Y a cuento de qué viene toda esta diatriba, Caro? No me extraña que me lo preguntes. Puesto que también esa pregunta estaba prevista, quizás, de antemano. Y estas mismas palabras que escribo, sin ir más lejos: tal vez no las escriba yo, sino que me veo obligado a escribirlas, pues ya estaba escrito de antemano que así sería. Es el oráculo quien me dicta lo que debo hacer. Yo, simplemente, consciente como soy de que no debo, simplemente no logro resistirme.
certeza: estoy haciendo daño con mi perorata del fin del mundo.
No creo que estés haciendo daño. De ninguna manera. Como mucho, ayudás a abrir los ojos, pero el daño viene de otro lado...
may The Force be with you. with us.
Publicar un comentario