El pulmón de la gran manzana tiene forma rectangular. Se piensa como si fuera un parque central a pesar alternar bosques y lagunas con coches y rascacielos. Un rectángulo de verde tornasol que se vive como un oasis en un desierto urbanístico. El pulmón de la gran manzana habla idiomas y no tiene edad, o mejor dicho, tiene todas las edades a la vez. Es un pulmón que corta la respiración a quien lo conoce por primera vez y relaja a quienes acuden a él como el gimnasio de su casa. Un pulmón gigante de hormiguitas en bambas Nike y pantalón corto, de cochecitos y vendedores de hot dogs, de parejitas buscando intimidad y ancianos buscando compañía. Los artistas y las gaviotas también se acercan al pulmón de la capital del mundo. Cuando acaba el verano, por un extrano motivo que aún no entiendo, el aura de Central Park atrae a los recien llegados a respirar de su ensencia. A orillas del césped uno se pregunta porqué está allí. Respuestas retóricas a preguntas con puntos suspensivos. Parece que la tarde nostálgica sea el motor del bolígrafo nómada que no entiende ni de parques ni de pulmones. Respira hondo, y se va a su casa.
Si casi puedo verla, fumándose un cigarrito, mirando más allá, buscando las respuestas.
Esto acá lo escribió mi amiga Anna a finales de septiembre pasado y me vine aguantando publicarlo. Sé que no le molestará. Y ella sabe que, donde escucho Barcelona, estamos juntas para siempre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario