como lector, siento que me lo preguntás (como a tantos otros, y como a vos misma) a mí te respondo: sí. Y a veces por tiempos prolongados. Lo que puede hacer del deseo a la vez que una energía vital, una dolorosa decepción. (bueno, son los años...)
Yo también pensaba que la pregunta era para mí. Pero Jorge llegó primero. Siempre me pasa.
En fin, yo digo que no, que no se puede. Ya sé que Caro no está de acuerdo (tampoco Jorge), pero.
Y también digo que incluso si supiéramos, no sabríamos cuál es el medio a implementar para conseguir lo que deseamos, de manera que.
(Quiero ser feliz, por ejemplo. Tal vez uno crea que el modo de lograrlo es, por ejemplo. Pero tal vez el verdadero camino esté en la vía contraria. ¿Entonces?...)
Yo, que enseño los rudimentos concepuales del zen, en realidad debería reconocer que sí, que sí se puede. Pero si debo ser honesto soy más parecido a Fausto que a Lao-Tsé. (¡Detente instante!... Eres tan bello.)
Bien. Entonces ahora sabés qué es la única cosa en la vida que deseás (y es evidente que no vas a decirnos de qué se trata).
Ahora se trata de que sepas cuáles son los medios para llegar a eso.
De mi parte te confieso: Cuando nació Jéssica, mi hija, conocí la sensación maravillosa de no necesitar absolutamente nada más en la vida. La plenitud, que le dicen. O algo así como haber conseguido ese único deseo que uno tenía.
Luego, la vida continúa, por supuesto, y entonces de nuevo Fausto. Es lo mismo que sucede con el primer amor, por ejemplo. Y más tarde con los que siguen.
Pero lo curioso es que hasta ese preciso momento yo no sabía que esa criatura pudiera ser la respuesta a mis deseos. Y ni siquiera conocía que hubiese un deseo en mí. Y mucho menos ese.
Entonces, me parece que estamos hablando de otra cosa (me pongo serio y circunspecto). El deseo no es otra cosa que la decepción del augur (Lyotard dixit). Imposible poseer, ni siquiera interpretar. Es más vacío que llegada. Por eso, vuelvo a decir, puede ser, a la vez, energía vital y dolorosa decepción.
No Jorge, hablamos de lo mismo y sólo sucede que vos te expresás con mayor precisión que yo.
El deseo es carencia. (De lo contrario no habría deseo.) Es energía vital, en tanto te impulsa. Pero es al mismo tiempo desequilibrio. Lo mismo que el movimiento. Y la termodinámica.
El resto es que solemos tener la ilusión de que el deseo (el desequillibrio) quedará satisfecho en el momento de alcanzar nuestro objeto deseado. ¿Será esto verdadero o falso?
Por lo general (es lo que intentaba decir con mi mirada fáustica y el ejemplo de los amores) se trata de una mera ilusión, que nos devuelve al mundo decepcionados, como vos bien decís.
Pero veces hay en que se vislumbra el perfecto equilibrio. La iluminación, dirían quienes hayan experimentado con el zen. Y lo curioso es que eso tantas veces sucede sin haberlo buscado. Y muchas veces sin que siquiera comprendamos qué diantre es lo que nos sucede. Y es que en realidad (es el ejemplo de mi hija Jéssica) este equilibrio no tiene que ver con haber deseado.
Volvamos a la pregunta de Caro: ¿Se puede desear una sola cosa en la vida? Yo repregunto: ¿Durante toda la vida?... (Mmm...) ¿O sólo en determinado instante de la vida? (Eso me parece razonable.)
Luego: ¿Se puede llegar a satisfacer ese deseo? Si satisfago ese, sobrevendrá otro. Tal vez parecido, tanto que no pueda distinguirlo del primero, pero necesariamente otro, pues el anterior ya había quedado satisfecho, si estoy hablando, por ejemplo, de comer milanesas con papas fritas. O de copular con la persona amada.
Y si mi deseo es más abstracto (ser feliz, por ejemplo, lo cual parece válido para un deseo de toda la vida...) es probable que el desequillibrio se eternice, mientras voy por el mundo intentando descubrir cuál sea la receta correcta para obtener lo deseado.
Por eso es que los budistas zen dicen que si lo que se busca es el equilibrio, lo mejor es no desear. Y si se intenta evitar el dolor sólo deben desearse cosas que se encuentren al alcance de nuestras posibilidades. Pues las utopías siempre duelen. Por utópicas. Luego, no se trata de una mirada conformista, sino equilibrada.
Todas estas argucias argumentales siguen siendo, de todos modos, menos claras que tus palabras. Soy tristemente verborrágico, lo reconozco. Pero sólo cuando escribo, que en persona soy más bien callado. Vos te expresás con mayor precisión que yo, ya lo dije. Y es que últimamente escribo atenazado por andá a saber qué deseos, algún deseo luminoso, seguramente, o tal vez oscuro, inalcanzable, y eso confunde mis palabras.
Linkillo al lado tuyo es un farabute de poca monta.
En cuanto a nosotros, cada vez que entro en tu blog repaso los comments innumerables, ya, a veces para seguir un diálogo con mi ciberamigo Germán. Pero este último me dejó boquiabierto (como ese alumno que no le alcanzan las manos para tomar apuntes, asombrado; al menos yo siempre fui un alumno de esos, pero con un 10% de los profesores; esos a los que uno llama "maestros").
Gracias Caro, siempre, por regalarnos este espacio del blog.
11 comentarios:
como lector, siento que me lo preguntás (como a tantos otros, y como a vos misma) a mí
te respondo: sí. Y a veces por tiempos prolongados. Lo que puede hacer del deseo a la vez que una energía vital, una dolorosa decepción.
(bueno, son los años...)
Yo también pensaba que la pregunta era para mí. Pero Jorge llegó primero. Siempre me pasa.
En fin, yo digo que no, que no se puede. Ya sé que Caro no está de acuerdo (tampoco Jorge), pero.
Y también digo que incluso si supiéramos, no sabríamos cuál es el medio a implementar para conseguir lo que deseamos, de manera que.
(Quiero ser feliz, por ejemplo. Tal vez uno crea que el modo de lograrlo es, por ejemplo. Pero tal vez el verdadero camino esté en la vía contraria. ¿Entonces?...)
Yo, que enseño los rudimentos concepuales del zen, en realidad debería reconocer que sí, que sí se puede. Pero si debo ser honesto soy más parecido a Fausto que a Lao-Tsé. (¡Detente instante!... Eres tan bello.)
yo pregunto, digo, susurro: lo toma el que quiere.
esta vez me lo preguntaba a mi, que no salgo de mi asombro.
Y yo te pregunto: ¿qué es lo que ha despertado tu asombro?
El asombro está en haber descubierto la respuesta a ese deseo.
Bien. Entonces ahora sabés qué es la única cosa en la vida que deseás (y es evidente que no vas a decirnos de qué se trata).
Ahora se trata de que sepas cuáles son los medios para llegar a eso.
De mi parte te confieso: Cuando nació Jéssica, mi hija, conocí la sensación maravillosa de no necesitar absolutamente nada más en la vida. La plenitud, que le dicen. O algo así como haber conseguido ese único deseo que uno tenía.
Luego, la vida continúa, por supuesto, y entonces de nuevo Fausto. Es lo mismo que sucede con el primer amor, por ejemplo. Y más tarde con los que siguen.
Pero lo curioso es que hasta ese preciso momento yo no sabía que esa criatura pudiera ser la respuesta a mis deseos. Y ni siquiera conocía que hubiese un deseo en mí. Y mucho menos ese.
A veces las cosas son así de extrañas.
Entonces, me parece que estamos hablando de otra cosa (me pongo serio y circunspecto). El deseo no es otra cosa que la decepción del augur (Lyotard dixit). Imposible poseer, ni siquiera interpretar. Es más vacío que llegada. Por eso, vuelvo a decir, puede ser, a la vez, energía vital y dolorosa decepción.
No Jorge, hablamos de lo mismo y sólo sucede que vos te expresás con mayor precisión que yo.
El deseo es carencia. (De lo contrario no habría deseo.) Es energía vital, en tanto te impulsa. Pero es al mismo tiempo desequilibrio. Lo mismo que el movimiento. Y la termodinámica.
El resto es que solemos tener la ilusión de que el deseo (el desequillibrio) quedará satisfecho en el momento de alcanzar nuestro objeto deseado. ¿Será esto verdadero o falso?
Por lo general (es lo que intentaba decir con mi mirada fáustica y el ejemplo de los amores) se trata de una mera ilusión, que nos devuelve al mundo decepcionados, como vos bien decís.
Pero veces hay en que se vislumbra el perfecto equilibrio. La iluminación, dirían quienes hayan experimentado con el zen. Y lo curioso es que eso tantas veces sucede sin haberlo buscado. Y muchas veces sin que siquiera comprendamos qué diantre es lo que nos sucede. Y es que en realidad (es el ejemplo de mi hija Jéssica) este equilibrio no tiene que ver con haber deseado.
Volvamos a la pregunta de Caro: ¿Se puede desear una sola cosa en la vida? Yo repregunto: ¿Durante toda la vida?... (Mmm...) ¿O sólo en determinado instante de la vida? (Eso me parece razonable.)
Luego: ¿Se puede llegar a satisfacer ese deseo? Si satisfago ese, sobrevendrá otro. Tal vez parecido, tanto que no pueda distinguirlo del primero, pero necesariamente otro, pues el anterior ya había quedado satisfecho, si estoy hablando, por ejemplo, de comer milanesas con papas fritas. O de copular con la persona amada.
Y si mi deseo es más abstracto (ser feliz, por ejemplo, lo cual parece válido para un deseo de toda la vida...) es probable que el desequillibrio se eternice, mientras voy por el mundo intentando descubrir cuál sea la receta correcta para obtener lo deseado.
Por eso es que los budistas zen dicen que si lo que se busca es el equilibrio, lo mejor es no desear. Y si se intenta evitar el dolor sólo deben desearse cosas que se encuentren al alcance de nuestras posibilidades. Pues las utopías siempre duelen. Por utópicas. Luego, no se trata de una mirada conformista, sino equilibrada.
Todas estas argucias argumentales siguen siendo, de todos modos, menos claras que tus palabras. Soy tristemente verborrágico, lo reconozco. Pero sólo cuando escribo, que en persona soy más bien callado. Vos te expresás con mayor precisión que yo, ya lo dije. Y es que últimamente escribo atenazado por andá a saber qué deseos, algún deseo luminoso, seguramente, o tal vez oscuro, inalcanzable, y eso confunde mis palabras.
Jorge, Germán: es lindo que uds. se encuentren por acá. En cuanto a mi, creo que tengo comentaristas que ya me envidiaría Linkillo.
Linkillo al lado tuyo es un farabute de poca monta.
En cuanto a nosotros, cada vez que entro en tu blog repaso los comments innumerables, ya, a veces para seguir un diálogo con mi ciberamigo Germán. Pero este último me dejó boquiabierto (como ese alumno que no le alcanzan las manos para tomar apuntes, asombrado; al menos yo siempre fui un alumno de esos, pero con un 10% de los profesores; esos a los que uno llama "maestros").
Gracias Caro, siempre, por regalarnos este espacio del blog.
Hoy no tengo ganas de
Pero no estaría bien, en este caso, dejarte la última palabra, Jorge.
Entonces, decir al menos gracias. Y que siento que el cumplido me queda demasiado grande.
Un abrazo.
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