jueves, junio 26, 2008

de los shoppings ya se habló mucho. las librerías en los shoppings son todavía más deprimentes pero a mi no me quedaba otra porque un libro que se llama camiones: los modelos más emblemáticos de la historia sólo puede hallarse ahí. y porque me había armado un camino de postas -santa fe hacia el río- para localizarlo, sí o sí. (ésas cosas tienen los encargos). voy derecho a atención al cliente. la librería, por favor. arremeto: camiones blablaba. ¿es para adultos? sí. busca y rebusca en la mesa de los libros grandes: hay. alivio, me relajo. para aprovechar el encargo y la encomienda que aún tengo que producir -y porque tengo allá a todos obsesionados con salvatierra- pregunto qué tienen de mairal. al librero desorientado le costó bastante ubicarlo. yo chusmeaba acá algo de manguel, allá un hermoso libro de monet mientras en el mostrador la vendedora decía, para regalo? sí, para una chica, confiesa el joven. ah, le gusta evita. sí, a ella, yo soy radical. yo, que escuchaba mientras miraba por arribita nomás las mesas, casi no me contuve. el vendedor se ufanaba, reconozco, pero sólo susurraba salvatierra, mmkmdfdf, mai... y yo esperaba, sonreía por lo que acababa de oír, tarareaba algo. sabés? dejá nomás. ya tenía en mis manos villa celina. abro el ejemplar sin envolver y en la solapa: el chico de los anillos, ana! el mensajero en la noche de la sorpresa inconmensurable. así que ése es el famoso incardona, se calma el pulso. ah, te gustan "los relatos urbanos", me interrumpe. eh, qué? dejame mostrarte una colección nuevita, se agacha, busca y me da unos libritos sencillos. sasturain dirige. ah, bueno, sí, no se. pero gracias. y digo, qué más da, les mando esta selección de cuentos con entrevistas, ver para leer, que también les va a gustar.
salgo. parada obligada: éste pan, empanadas de calabaza, milanesas de avena y mijo. stop.
camino hacia el colectivo, contenta, escuchando música (yo también volví a escuchar música en la calle, sabés). veo la canasta y con la canasta al chipero. cuánto está la chipa, dos pesos, la última. entonces tengo suerte, dije, desoyendo a mi mamá. gracias. y sigo, todavía más contenta, pensando que desoír y recordar tiene algo de estar juntas.