jueves, diciembre 06, 2007

entrevista a el director rumano Cristian Mungiu


–¿Cuál fue el punto de partida de 4 meses, 3 semanas, 2 días? ¿El tema del aborto?

–No, en realidad fue el deseo de contar una historia acerca de mi generación. Porque soy parte de una generación bastante especial: nací en 1968 y pertenezco al período del baby boom que hubo en Rumania por aquella época, desde que en 1966 en mi país se prohibieron por ley el aborto y todo tipo de anticonceptivos. La consecuencia fue que –desde 1967 hasta 1972 sobre todo– hubo cantidad de nacimientos. Pero la paradoja es que la mayoría de esta gente, a comienzos de los años ’90, siguió el camino del exilio y me encontré con muchos de ellos en el exterior, cuando empecé a viajar a festivales con mi primera película, Occidente, que trataba precisamente sobre eso, sobre aquellos que habían dejado Rumania por una vida mejor en el mundo desarrollado y no siempre la habían encontrado.

Yo ya conocía esta historia, a través de otra de las mujeres involucradas, pero no había pensado en llevarla al cine hasta que escuché su versión, que me impresionó mucho. Descubrí todas las emociones y frustraciones que había concentradas allí, me di cuenta de todo lo que significaba esa experiencia personal para mi generación y me puse a trabajar en el guión de lo que ahora es 4 meses, 3 semanas, 2 días con la consigna de ser lo más fiel posible a esa historia, sin imponerle cambios en función dramática, porque me parecía que ya estaba todo en el relato original.

–¿El aborto es todavía tema de debate en Rumania?

–No, la verdad es que ahora me di cuenta de que es un tema sensible en muchos otros países, pero ya no lo es en Rumania, donde actualmente nadie lo discute. Como le explicaba, en 1966 en Rumania impusieron una ley prohibiendo el aborto. El efecto fue inmediato: hasta los años setenta las generaciones de niños eran varias veces más numerosas que las generaciones antes del ’66. Ante esta situación, las mujeres pronto comenzaron a acudir al aborto ilegal. Para el fin del comunismo, fuentes confiables indican que más de 500.000 mujeres murieron como resultado de los abortos clandestinos. Eso sin contar las que murieron sin acudir a un hospital y, por lo tanto, no están contabilizadas. En ese contexto, el aborto perdió su connotación moral y se percibió más como un acto de rebelión y resistencia contra el régimen. Después de 1989, una de las primeras medidas de la Rumania libre fue legalizar nuevamente al aborto. La consecuencia fue casi de un millón de abortos en el primer año: el número más grande, por lejos, de cualquier país europeo, sobre todo considerando que la población era de diez millones de mujeres. Aún hoy, el aborto todavía es utilizado como un método anticonceptivo en Rumania, con más de 300.000 casos anuales.

–El régimen de Ceausescu era comunista, pero en el tema del aborto ¿tuvo una influencia la religión católica?

–No, de ninguna manera. Es una confusión habitual, somos ortodoxos pero no católicos. En la decisión de Ceausescu no hubo ninguna motivación religiosa. Fue una medida puramente política y económica: le parecía que así podía desarrollar más y mejor al país. Ceausescu era un megalomaníaco y pensaba que Rumania podía pasar a ser un país de mayor importancia regional si aumentaba la tasa de natalidad y crecía la población. Decidió que nos teníamos que multiplicar para que él pudiera tener más poder sobre una nueva generación de socialistas.

–¿Qué les pasaba a la mujeres si se descubría que se habían practicado un aborto?

–Bueno, un aborto no se podía hacer legalmente, en un hospital, a menos que se tuvieran muy buenas conexiones con el poder. Por supuesto, había gente cercana al poder que no corría riesgos. Pero si no se tenían conexiones, hacía falta que alguien ayudara a la mujer que se quería hacer un aborto, como se ve en la película. Pero en la mayoría de los casos sucedía que terminaban en el hospital, porque alguien tenía que terminar lo que otro había empezado. Y los hospitales tenían instrucción de no atender a la paciente hasta que hubiera declarado antes frente a la policía. Y la policía impedía la intervención de los médicos hasta que la paciente no confesaba el nombre de quién había ayudado en el aborto. Y nadie quería confesar porque las penas eran más duras para quienes ayudaban que para las mujeres que abortaban. Por eso murieron tantas mujeres, porque no querían entregar a sus amigas o familiares o a sus maridos. Y entonces las dejaban desangrar hasta que morían.


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