La isla de los museos no es sólo una isla en sentido figurado. Es una isla porque está enclavada entre dos – disculpen aquí la arrogancia- hilos de agua que son considerados ríos: el Spree y el Kupfergraben.
La isla está compuesta de 5 museos (todos estatales): Altes Museum, Neues Museum, Alte Nationalgalerie, Bodemuseum y el Pergamonmuseum.
Desde que la UNESCO declarara a la isla herencia cultural de la humanidad, en 1999, empezó la actividad de restauración y limpieza de los edificios. En 2002 se hizo lo propio con la Alte Nationalgalerie. Las reinauguraciones que vienen son la del Bodemuseum para el 2006 y el Neues Museum para el 2009.
La semana pasada estuve de visita en el Altes M., que se construyó entre 1823 y 1830 según el disenio del arquitecto Karl Friedrich Schinkel. En la planta principal está la Colección de Antiguedades (arte y cultura de la antigua Grecia), mientras que la planta alta está destinada a exposiciones especiales. Aún no visité la Colección pero sí estuve en la muestra Rostros de Oriente (Gesichter des Orients). Absolutamente maravilloso. Un recorrido por casi 10000 anios desde la cuna de nuestra civilizacion. La muestra traida desde museos de Jordania, impecable. Y al salir, la sensación de que ya lo pensaron todo, de que no alcanza la vida para aprender y la pregunta de qué encontrarían hipotéticos habitantes futuros si nosotros quedasemos bajo ruinas, ahora mismo.
Ya dije antes que me cuesta no hacer ese cuadro de doble entrada Berlin-Buenos Aires, desde que llegué. Un cuadro que incluye más que lo que mis posts expresan, con seguridad.
Hoy leí algunas notas en el diario sobre la encuesta portenia de consumos culturales.
“La televisión, la radio, la música y los amigos son las actividades culturales más frecuentes de los porteños. Leer diarios, leer libros, hacer deportes y pasear por Internet les siguen antes de un pelotón bastante minoritario que lee revistas, acomoda su casa, sale “a tomar algo”, come con amigos, va al cine o a bailar, visita ferias artesanales o aprende idiomas. Son muy pocos los que tocan instrumentos, hacen cursos, van a recitales, visitan bibliotecas –y casi todos son estudiantes–, o van al teatro. Las dos actividades más minoritarias en la ciudad son las visitas a museos y las conferencias”.
Me da verguenza propia pensar qué pocas veces visité el MNBA, el MALBA o el Palais de Glace. Cuando se está de visita en otro lado, hay como una urgencia loca por absorberlo todo. En algunos casos propias del circuito turístico y en otras porque muchas sensaciones se despiertan en la distancia.
1 comentario:
Recorrer las ciudades suele ser uno de los placeres incomparables de un viajero. Pareciera que pontifico, pero es algo que en mi experiencia tiene algo de exaltación y, a la vez, de incompletitud. Nunca podemos recorrer por completo ese mágico mundo que es una ciudad, por más pequeña que fuera.
Suelo hacer el esfuerzo por atravesar mi ciudad, horadada por el positivismo desde el plano, como si fuera un visitante. Aún cuando conozco bastante bien las componendas, las segundas intenciones y las estratagemas que, luego, son borroneadas para presentarnos esta ciudad que vemos, y que un simple viajero descubre sin sospechar siquiera las historias que esconde.
(¿En qué lugares, en qué rincones, en qué edificios o calles o plazas de mi ciudad están los cientos de desaparecidos de La Plata? Ni siquiera nos damos cuenta que caminan con nosotros todos los días)
Hay algo de extrañamiento que, en la vorágine de los días cotidianos, suele hacerse imposible. Un extrañamiento necesario que es imprescindible y natural cuando uno camina las ciudades que lo alojan. Pero hay, para mí, algo más extraño todavía. Sólo cuando sentimos (aunque no lo podamos hacer conciente y decirlo) lo inhóspito de esa otra ciudad, como un lugar exótico, somos capaces de echar unas raíces imaginarias contemplando o acariciando aquello que esa otra ciudad nos ofrece. No sé si logro explicarlo, pero me invade una sensación de seguridad (“ontológica”, diría Giddens, o –antes- Heidegger) asomarme y meterme en un mundo sospechado o, de algún modo, conocido, en medio de una ciudad inhóspita: el mundo de la familia humana, de sus historias, de sus creaciones… Y, acaso, es allí donde nuestro ser tiene una forma de reconciliarse con el todo. Un modo de “estar conectado con todo lo demás”, como dice Charly. Algo que, tal vez, no solemos sentir en nuestra ciudad, porque nos es propia.
También pensaba con tu post, querida Caro, qué templos de expropiación suelen ser esos grandes museos. Monumentos de largos atropellos y dominaciones, que de repente se erigen estéticamente. Con la exacta medida de una estética trágica, pero que nos resulta bella.
besote!!!!
¿viste que Emma está más gordita?
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