Uno. Visitar librerías hace rato es uno de los paseos más lindos para mi. Y no porque me guste leer, ya que, en realidad, siempre en estos casos me sobreviene la angustia de eso que noté hace un tiempo, con sensatez y una cuota de dolor: jamás podré leer todo lo que quisiera. Y la librería de mi paseo no tiene que ser una super librería porque también la paso muy bien en las ferias de libros de segunda mano. Pero, decía, en cualquier caso, me gusta el olor del papel y me gusta hurgar entre las pilas de libros hasta cansarme. Y me gusta, también, husmear entre tantas palabras, como una espía.
Mis dos librerías favoritas son Cultura, que queda en Bariloche y Ateneo, donde antes fue el cine-teatro Gran Splendid, en Buenos Aires. Pero esto viene a cuento de mi paseo entre los pasillos de Dussmann, aquí en Berlín. Dussmann no es exactamente un puesto de feria ni Los Libros de Chachi. No. Es una Kulturkaufhaus. Es decir, un enorme edificio de cuatro pisos de música y otro poco en libros. (Además de las papelerías, debilidad de Macu y mía). Un gran negocio cultural. Porque dejando de lado el romanticismo que pudiera existir, hay que reconocer que los libros son una industria millonaria. Y las editoriales compiten en las mesas como los distribuidores de Coca Cola y Pepsi en las góndolas de un supermercado de barrio. Juegan duro.
Iba yo diviertiéndome el otro día, mirando la asombrosa cantidad de libros con fachadas que de tan parecidas, confunden. Es que, como bien me hizo notar Christian, al menos por estos lados, hay un furor importante con la categoría novela histórica. Así, las portadas cargan detalles de cuadros famosísimos. Si son del Renacimiento mejor. Y si se vislumbra un rostro femenino mucho mejor. Y todo termina por ser igual.
Dos. Berlín, ya contaba antes, es un hervidero de memoria. Cada dos por tres hay algún cartel, escultura o marca en la vereda que te toma por sorpresa y te vuelca la Historia en la cabeza, quieras o no. Alemania, por lo menos, es un país que tiene en la punta de la lengua la responsabilidad histórica. El nazismo, el Muro, la DDR... Cada día que me topo con algún ayuda memoria de estos, me pregunto de qué manera cambiarían nuestras subjetividades esos recordatorios en nuestro país. Su
Vergesst es nie es nuestro
Nunca más, acaso porque los pueblos tienen la obligación de no olvidar.
Tres. Orianenburgerstraße es una calle maravillosa. Porque esta cerca de mi barrio favorito y porque está repleta de bares, galpones (que se pueden visitar sin hacer mucho ruido mientras los artistas trabajan) y sótanos. En los sótanos puede caber la diversidad del mundo. Es simplemente así. Con la locura hermosa que tiene Buenos Aires creo que cualquier excentricidad nuestra, aquí, queda chica. Pero, claro, tiene el sabor de lo propio. Y eso es impagable!